domingo, 30 de enero de 2011

El Engaño

- ¿Lalo…, decías algo? - preguntó Amalia.
- Solo mascullaba entre dientes - replicó Lalo intentando esbozar una sonrisa sin moverse del sillón donde estaba sentado.
- Pareces un leñador con ese atuendo - dijo Amalia.
-¿Te gusta?- dijo irónico Lalo.
Amalia con su vestido de color azul parecía una llamativa salpicadura de color en la penumbra de la habitación. Dejó de sonreír y lo miró orgullosa.
- Siempre creí que tenías mejor gusto. Desde que dejamos nuestra relación te has vuelto un poco zafio.
- Mira, ya hacía tiempo que esperaba me hablaras con claridad de una vez por todas - dijo furioso.
- Hablando de otra cosa, a mí me parece que si a ti te funciona esto de mentir en el tribunal…
Lalo, al cabo de unos instantes se volvió de nuevo a Amalia.
- Solo quería ayudar.
Amalia le cogió de una mano y se la oprimió con suavidad.
- Gracias por tu buena intención pero pienso pagar mi deuda con la justicia
yo solita.
Y saliendo hacia la Audiencia los dos jóvenes se miraron con complicidad.
Más tarde avanzaron por el estrecho pasaje de acceso a la sala de juicios.
El delito no había sido otro que la misión hercúlea de querer engañar al banco para que no se quedase con la hacienda de la familia.
Pero como siempre, este juicio fue alargándose hasta sumirse en una desolada calma.

sábado, 22 de enero de 2011

Clara

- ¿Has hecho plan para hoy?- dijo Darío.
- Casi, pero no estoy muy seguro de ir -contestó con desgana Juan.
- Pero vendrás a ver a tu tío Heliodoro, ¿no?
Juan al oír esas palabras sintió deseos de gritar a su amigo Darío y dijo:
- Bueno… después lo pensaré.
De nuevo la duda le corroía las entrañas.
-Convénceme, sigue hablando conmigo un cuarto de hora más y convénceme- dijo Juan perdiendo los papeles - en tal caso, iré a tu casa.
- Estupendo, hasta luego- Juan dijo Darío apesadumbrado-
Darío estaba preocupado por las obsesiones que hacía tiempo tenía Juan. El carácter alegre le había cambiado por adusto y huidizo. Siempre empeñado en mantener disputas a su alrededor.
Mientras, en el pueblo las gotas de lluvia se deslizaban por los muros de las casas cubiertas por una nube baja, como el humo de una hoguera hecha con ramas húmedas.
El tiempo no acompañaba para tener buenos ánimos. Hacía una temperatura muy baja y el frío se hacía notar en los huesos. En la sierra dominaba una neblina llorona.
La casa de Heliodoro era rectangular de dos pisos. Estaba ubicada en la ladera de una suave colina cerca de Gredos. Ahora parecía demasiado grande y destartalada desde que Clara se fue. Solo vivían tres hombres que ni siquiera se miraban a la cara.
La cocina donde antes se reunía toda la familia, ya no olía a puchero cociendo lento, esparciendo su peculiar olor a hierbabuena en el hogar. Los troncos incandescentes ya no crepitaban. La vida parecía haberse parado en la casa.
Juan desde hacía tiempo, no vivía en la casa familiar de Clara ahora vivía a las afueras del pueblo como si fuera un ermitaño y desde algún tiempo solo tenía por amigo a Darío
El tío Heliodoro comenzó a demostrar signo de inquietud. Nadie tenía noticias de Clara.
Empezó a levantarse por las mañanas al alba y subía la vereda repleta de zarzales hasta desaparecer entre la maleza.
Este recorrido de Heliodoro había hecho despertar en Juan una curiosidad morbosa. Él no era sobrino de sangre de Heliodoro. Sólo el buen corazón de su esposa lo había hecho miembro de su familia al quedarse sin parientes. La familia estaba compuesta de tres varones y una hembra llamada Clara.
Juan desde que vio a Clara en su más tierna infancia sintió un amor por ella que a sus doce años no supo entender. Siempre la recordaba con sus coletas y un precioso vestido azul pareciéndole un pedacito de cielo.
Cuando Juan llegó a adulto la amo en silencio con delirio.
Más de dos veces Juan quiso seguir a Heliodoro en la incursión por la sierra pero éste parecía estar a la expectativa consiguiendo evadirse entre los matorrales y haciendo imposible su seguimiento.
Juan odiaba a Heliodoro, tanto como un niño puede odiar una dosis de aceite de ricino. Él por su parte tampoco nunca le tuvo simpatía pero se toleraban. Hasta que un fatídico día desapareció Clara, quedando en la casa una terrible oscuridad.
Los muchachos del pueblo cercano conocían la adoración que Juan sentía por Clara. Una noche de vinos y risas un muchacho henchido de optimismo insano hizo chanza del amor imposible de Juan con Clara. Le dijo que la habían visto en la Ciudad tomando café con un apuesto extranjero.
Juan, en un arrebato de ira, se sintió tan herido que saco una navaja y le asestó una puñalada cerca del corazón al deslenguado muchacho.
Todos enmudecieron.
Solo se oían los gritos de dolor del herido.
Cuando Juan sentado en el camastro de su mugrienta celda, se miro las manos y las vio manchadas de sangre, le salió un gemido de su trémula garganta. No se reconocía, ya no era el hombre que todos respetaban.
En la oscuridad del calabozo y tras los barrotes del ventanuco oyó una voz ronca como un eco lejano, seguida de una sombra alargada, que al instante desapareció como había aparecido que le dijo. Busca a Clara en la sierra, allí la encontraras retenida.
El corazón le empezó a latir con tal fuerza que se sintió desvanecer llego el carcelero inmediatamente y llamo al facultativo, que lo ingresó de inmediato en el hospital de la Ciudad.
Al segundo día y una noche cuando el hospital dormía, burló la vigilancia, salió del hospital y se fue a la sierra. La noche era oscura, no había luna llena pero los senderos para Juan no tenían secretos y podían andar con los ojos cerrados.
Subió por la vereda por donde había visto subir a Heliodoro pero no vio nada. El silencio era absoluto. Sólo era roto por el aleteo de una bandada de pájaros perturbando la paz del campo.
Pero siguió su búsqueda.
Cuando el sol asomó por el horizonte clareando la mañana, una rama rota que colgaba de un arbusto le alarmó. Por el húmedo sendero se podían ver gravadas las pisadas de unas botas camperas.
El corazón le empezó a latir muy deprisa tanto, que tuvo que descansar para coger aliento.
Minutos después y a unos metros de donde se encontraba oyó unos sollozos que le hicieron estremecer. Apartó unas ramas y allí estaba Clara en una cueva semioculta. Pálida, con un aspecto desastroso, las manos y pies atados y sus ojos llenos de terror. Lo miraba con desesperación.
Juan se quedó inmóvil por lo que estaba viendo.
Un grito agudo de Clara le hizo reaccionar. Heliodoro estaba tras él con un enorme tronco dispuesto a asestarle un golpe en la cabeza.
- Es mi hija –dijo en su locura- nunca será tuya.
Por un instante el miedo lo paralizó.
Juan reaccionó y con rapidez le dio un manotazo, le quitó el tronco y con una rabia incontenida de ver a Clara en ese estado le asesto un golpe quedándolo malherido.
Después de desatar a Clara, los dos jóvenes se abrazaron sin decir palabra. Más tarde huyeron .sierra adentro donde ningún humano pudiera encontrarlos.
En el pueblo nunca más se supo de aquel fugitivo de la justicia ni de su amada Clara. La leyenda cuenta que viven en las montañas alejados de toda civilización, y por las noches se oye una música y son ellos que danzan al son del fulgor de las estrellas porque su amor es tan inmenso que es lo único que necesitan para sobrevivir.

viernes, 14 de enero de 2011

El Regreso

El Jeep que conduzco por la escarpada y estrecha vereda me conduce a la finca de mis antepasados. La ansiedad que siento hace que apriete el acelerador machacando los amortiguadores.
La verja grande y pesada esta abierta de par en par. La casona abandonada desde hace mucho tiempo se encuentra curiosamente en perfecto estado de conservación. Con mano firme abro el portón y la aldaba de hierro cruje bajo mi presión produciendo un sonido hueco y seco. Su gran boca abierta es el escudo familiar.
Entro en el amplio zaguán decorado con sus viejos muebles de antaño desde donde veo el ancho y oscuro pasillo. Todo me hace recordar los tiempos de mi niñez cuando jugaba con mi hermana.
El suelo cruje bajo mis pies y se transmite al techo de madera que con cada pisada quejumbrosa desprende tierrilla sobre el piso inferior. Los cuadros blanco-oscuros que penden de las paredes son recuerdos de familiares importantes que dieron prestigio a la familia.
Entro en el salón que siempre me pareció enorme y ahora lo veo pequeño y lúgubre. Los muebles se encuentran todos tapados. Recuerdo la última vez que de la mano de mi madre gimoteé porque no quería irme a ninguna casa nueva, solo quería estar allí porque no había conocido ningún otro hogar.
El lugar ahora me parecía fantasmagórico y tétrico.
Los muebles suenan a modo de saludo y me aterra.
Estoy muy cansado y cuando descubro el sillón favorito de mi abuelo, me siento en él. La cabeza me duele y los recuerdos se aglomeran en mi mente.
Puedo sentir, como si fuera ayer, la voz de un niño que grita:
- ¡Mamá, mi hermana me ha quitado el balón!
La niña corre con desenfreno y en un traspié se cae por las escaleras rodando. Llama a su madre con un hilillo de voz agónico y no se vuelve a oír nada más.
Un silencio sobrecogedor se apodera de la casa.
Mi madre reacciona con un grito de dolor y una mano despiadada me coge fuertemente por los hombros y me encierra en mi cuarto.
No se los días que estuve encerrado con la vieja sirvienta hasta partir hacia un internado.
Los pensamientos me martillean las sienes…
Desde entonces la casa estaba vacía y ahora después de muchos años vuelvo con mis recuerdos. Aquí en el salón, solo, rodeado de muebles tapados que parecen espectros, la luz del atardecer entra por una rendija de la ventana y me duermo.
Una sombra se desliza por debajo de la puerta hasta mis pies. Experimento una sensación que hace estremecer mi cuerpo. La lámpara del techo en movimiento, en ella una niña se balancea con una sonrisa malévola y me mira regocijada.
En el sofá, una anciana dama, muy bien vestida, hace crochet y sus ojos negros y profundos vigilan todo con autoridad. Una sirvienta vestida de negro entra con una bandeja y una tetera humeante. Son las cinco de la tarde y la visita que espera la anciana se retrasa y eso la contraría. El guarda de la finca, un hombre tullido con nariz aguileña y tez extremadamente pálida se acerca y le dice algo a la chica de servicio.
Ésta lo transmite inmediatamente a la señora que con soberbia le da un codazo impertinente y la hace salir sollozando del salón. Va tan nerviosa que se tropieza y cae la bandeja formando un gran alboroto.
La niña del columpio lamparil se toca su cabeza partida por la mitad y con sus dos manitas se coloca los ojos dentro de sus órbitas. Ella intenta componerse mientras sus piernas partidas se mueven sin control haciendo que sus huesos al crujir hagan un sonido de castañuelas. La sombra que antes estaba acurrucada en una esquina, se pone de pie y se acerca a mí, pone su mano temblorosa y fría como un témpano sobre mi frente y me deja grabado el emblema de la familia. Un estremecimiento sacude mi cuerpo inerte.
El clavicordio suena y la melodía es dulce y pegadiza, el ambiente es agradable.
El tío José se descuelga de su cuadro y con parsimonia, llena su pipa y se pone a fumar inundando con el aroma del tabaco todo el salón.
La familia se va reuniendo. Uno a uno van llegando y ya están casi todos.
Algunos beben una copa de jerez y otros juegan a la canasta. Todo es felicidad pero parece que falto yo.
Toda la impresión de volver a mi casa y recordar lo que allí viví me ha producido un infarto. Desde ese mismo instante compartí con ellos todo aquello que siempre me perteneció.
La casa sigue como siempre y nunca nadie se ha atrevido a entrar. Solo sus dueños que aunque espectros son, solo ellos la pueden disfrutar.
Ahora ya ni la luz del sol puede vencer a la oscuridad.

viernes, 7 de enero de 2011

La Jaula

Desde la ventana de mi jaula dorada veo el ir y venir de las gentes.
Cuando la ciudad despierta abro las cortinas y un día gris me saluda. Siempre fueron estos días grises nefastos para mi estado de animo pero quizás hoy no me asome me dije murmurando para mi sola.
Y cuando estoy a punto de cerrar las cortinas reparo en una anciana que arrastra los pies en sus pasos lentos, atraviesa el paso de peatones del semáforo en la hora punta y se nota que todos tienen prisas. Los agobiantes trabajos esperan y las gentes parecen llegar tarde.
Me distraigo unos momentos con cosas poco importantes cuando un chirrido ensordecedor de neumáticos me sobresalta.
La anciana que minutos antes estaba observando cae al suelo como un muñeco de títeres. La gente se aglomera curiosa a su alrededor y no me dejan ver con claridad lo que ocurre, me pongo de puntillas pero no consigo tener mejor perspectiva visual.
Un ruido repetitivo de sirenas se apodera del ambiente, la mujer yace en el suelo inerte cuando alguien con autoridad despeja a los curiosos que no se van.
Yo desde mi atalaya sigo mirando con interés y observo como una nebulosa negra de tamaño homogéneo se acerca a la anciana. No consigo ver lo que es exactamente, pero aquella masa intenta levantarla del suelo con movimientos seguros y con mucho brío. Puedo ver unos ojos rojos centelleantes que me horrorizan.
, Dudé unos por momentos si fue verdad o una ilusión óptica,
La mujer por un instante levanta los ojos hacia mí pidiendo auxilio, como si fuera la única persona que me diera cuenta de su situación de peligro.
Un enfermero se acerca a la anciana y la tapa con una manta térmica. Le pone un collarín y la suben a la ambulancia pero un espasmo convulsivo rompe la aparente calma. Los dos médicos acuden con premura a abrirle la boca descubriendo que la lengua le bloquea la traquea. Sin más dilación y tirando de ella con precisión logran salvar su vida.
Al instante todo queda igual que antes del accidente, las personas con prisas caminan de un lado a otro.
Yo tengo un sentimiento amargo que queda dentro de mí y que no sabría descifrar, yo quisiera haber podido ayudarla pero mi jaula no tiene puertas y solo puedo mirar hacia fuera.
Pasadas unas semanas, veo pasar por el mismo semáforo la misma anciana, cruza el semáforo y mira hacia arriba. Me ve y se sonríe.
Y ahora veo con regocijo como una joven con minifalda exagerada pisa con decisión causando la admiración por donde pasa.
La joven pelirroja de pómulos constelación de verano repleta de pecas me llama la atención y me sobresalta cuando veo una terrible aureola a su al rededor de color rojo como la grana.
Me dan ganas de llamarla de advertirle que algo malo la persigue, pero mis gritos no se oyen pues el cristal de mi ventana es grueso y nada puedo hacer.
Ya en el ocaso de la tarde cierro mi cortina y me pongo a pensar que el día ha sido entretenido pues he vivido muchas vidas y solo observando tras el cristal y desde mi ventana.

miércoles, 5 de enero de 2011

El Abuelo

Carlota, después de cerrar la puerta de la calle con llave, se sienta en su mullido sillón. Unos minutos antes de cenar el sueño parecía vencerla.
Ahora se encontraba desvelada y no quería pensar. Estaba cansada de todo, la vida no le sonreía, ni tan siquiera le hacía una mueca.
Vivía sola en una casa extremadamente grande para ella que parecía querer engullirla.
Su abuelo, un día le contó que en tiempos de guerra, la casa fue usada como cuartel general de las tropas Carlistas.
Pero de eso hacía tanto tiempo…
Ella nunca hizo caso de las leyendas que se contaban por el pueblo.
Cuenta la historia que de Extremadura salieron 110 caballos con 40 infantes mandados por Mariano Peco para fortalecer al bando Carlista. Al cabo de varias jornadas llegaron a Galicia donde las constantes descargas de fusiles se alternaban con la carga de bayonetas.
Los caballos extremeños galopaban por la arena blanda de la playa, a pesar de no estar acostumbrados. Había órdenes de interceptar un barco que venía de Londres cargado con un arsenal de municiones.
Los jinetes eran valientes y aguerridos soldados que iban hacia el mar a través de las tinieblas rasgadas por las sombras de la luna.
La niebla flotaba etérea sobre las ciénagas.
De repente aparece una turba de tenues fantasmas envueltos en ropas transparentes bajo la abrumadora luz del anochecer.
Carlota se estremece en su mullido sillón. Cuando despierta se siente como si ese sueño lo hubiera vivido en realidad.
Despacio y confusa se va hacia la cómoda y abre un cajón, coge un libro viejo, raído y con un intenso olor a moho.
Abre sus páginas del libro y lee una y otra vez. Es un libro de magia y nigromancia. que guardaba su abuelo con celo. Interesada curiosa y sorprendida lo estudia a fondo llegando a convertirse en una experta en dichos arcanos.
Hasta llegar a desvelar uno de los secretos mejor guardados por sus antepasados. El rey Carlos había sido el padre de su bisabuelo.