domingo, 26 de diciembre de 2010

Coyotes

Mitchell era una joven dulce y encantadora. Sus grandes pasiones eran la música y respirar aire limpio del campo.
Una fatídica tarde, cuando paseaba por el bucólico parque Nacional del Monte del Cabo Bretón (Nueva Escocia), se dirigía con pasos cortos y suaves, como a ella le gustaba andar, abrazada a su guitarra hacia una estrecha y empinada vereda cuajada de florerillas silvestres que escuchaban con arrobo las notas de su guitarra.
Vestida con su jersey favorito a rayas rojas y azules haciendo juego con las medias, unas botas altas de piel color negras enfundaban sus piernas mientras su cabellera larga la tapaba con un gracioso sombrerito de fieltro.
Mientras un sol atrevido rompía las reglas, con sus rayos cruzaba las hojas de los árboles hasta clavar sus flechas de plata en el verde follaje.
Los senderistas que por allí caminaban paraban su ritmo andarino para escuchar sus baladas. De repente, un terrorífico aullido hace callar su guitarra .Una manada de feroces coyotes que desquiciados por allí pululaban, enfermos del pabellón auditivo, se abalanzan sin piedad sobre las tensas cuerdas de su guitarra que, al verse atacadas gimieron.
De repente todo parece pararse, el sol languideció…Unos excursionistas que oyeron los lamentos de la joven cuando por allí pasaban al ver el ataque dan la alarma mientras Mitchell se debate entre la vida y la muerte presa de las fauces de las fieras
Un guarda forestal acude de inmediato a auxiliarla y disparando un tiro certero mata a uno de ellos ahuyentando así a la manada. Pero Mitchell ya está herida de muerte.
Ella estaba preparada para ser una estrella aquí en la tierra, pero desde ahora, allá en lo alto, será un lucero rutilante que cada noche de primavera alumbrará con su fulgor y compondrá melodías a los susurros de amor.
En el cielo dará conciertos y toda la corte celestial bailará con sus notas ya que ningún coyote insensible a la música la callará.

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