jueves, 30 de diciembre de 2010

El Despertar

Durante las cinco horas siguientes nadie podía imaginar que sobreviviera a tan tremendo accidente. Pero Lucas estaba allí. Inerte, en coma, en una cama del hospital, después de sufrir un fuerte choque frontal cuando iba en su flamante moto contra un camión de alto tonelaje que circulaba por la carretera comarcal 305.
En la cabecera de su cama, su madre reza cada día por su recuperación.
Después de tres interminables años y cuándo parecía estar todo perdido, una mañana, mientras una enfermera le aseaba los pies, se da cuenta de un movimiento convulsivo.
Más tarde, antes dos médicos y una enfermera, Lucas abre los ojos cómo si acabara de nacer y no recuerda nada del tiempo que ha estado en estado comatoso.
Después de una rehabilitación severa y cuando se incorpora a la vida cotidiana, empieza a recopilar experiencias sobrenaturales de enfermos que han estado en coma como él. Todos los entrevistados coinciden en la realidad que vivieron y que forma parte de una maquinaria de precisión enorme e invisible en la que toda acción provoca una reacción.
Los acontecimientos están encadenados entre sí y las cosas no se provocan por casualidad.
Un día, Lucas llega a su casa después de una jornada intensa de trabajo, ve en la bandeja del mueble de la entrada un sobre de color malva muy abultado. Lo abre con curiosidad expectante y envuelto cuidadosamente en papel acolchado hay un crucifijo sin la sagrada figura de Jesús. En un pequeño sobre escueta una nota sin firmar: Mañana a las 9 en el Convento de las Hermanas Clarisas. No faltes.
A la mañana siguiente y puntual como suele ser, Lucas llega al convento pero el gran portón está cerrado. Mira hacia todas direcciones por si alguien le espera. La puerta se abre lentamente con un chirrido que hace volver la cabeza a Lucas sorprendido.
Entra en la iglesia medieval y observa la vidriera bicolor que corona la cúpula y que proyecta una misteriosa claridad en la estancia. Tras el ábside de la iglesia una monja de rodillas reza haciendo que parezca un murmullo fantasmal.
Lucas después de santiguarse se acerca a la monja. Ésta lo mira y él reconoce en sus ojos algo que le era familiar pero no sabe precisar con exactitud lo que es.
La monja le da un sobre que saca del bolsillo de su hábito y desaparece por la puerta de la sacristía.
Lucas en unos segundos sale a la calle intrigado por lo sucedido.
En casa lo abre y encuentra la figura de Jesús que encajaba con la cruz que le han enviado unos días antes.
Todo es tan irreal que sale de nuevo a la calle, entra en una cafetería y pide un cóctel. En ese instante una voz melodiosa le dice al oído:
- No te puedes permitir el lujo de beber, tienes que estar despejado para lo que tienes que vivir ahora.
Esa voz no es la primera vez que la oye. A su lado no hay nadie.
Por la noche cuando intenta dormir y dejar de pensar en lo sucedido, la misma voz le dice:
- Lleva el crucifijo al Hospital del Corazón de Jesús, va a haber una catástrofe y se necesita su presencia allí.
En la calle la lluvia poco a poco se va convirtiendo en nieve…
A la mañana siguiente, aquellas palabras le dan vueltas en la cabeza. No sabe si ha sido un sueño o ha sido realidad.
Decide ir a ver a una persona de su confianza, un físico amigo de su padre que en su juventud tuvo fama internacional. Después de contarle su historia a partir del accidente le contesta escueto y con cara seria:
- Sólo la divina providencia guía nuestros pasos. Obedece su voz.
Después de llevar el crucifijo al hospital se produce un movimiento sísmico.
Todos los heridos son trasladados al Hospital del corazón de Jesús y sobreviven milagrosamente a sus heridas.
Nada es casualidad, todo está escrito desde que nacemos. El Dios unipotente sigue nuestro destino desde su gloria y nadie puede escapar de él.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Coyotes

Mitchell era una joven dulce y encantadora. Sus grandes pasiones eran la música y respirar aire limpio del campo.
Una fatídica tarde, cuando paseaba por el bucólico parque Nacional del Monte del Cabo Bretón (Nueva Escocia), se dirigía con pasos cortos y suaves, como a ella le gustaba andar, abrazada a su guitarra hacia una estrecha y empinada vereda cuajada de florerillas silvestres que escuchaban con arrobo las notas de su guitarra.
Vestida con su jersey favorito a rayas rojas y azules haciendo juego con las medias, unas botas altas de piel color negras enfundaban sus piernas mientras su cabellera larga la tapaba con un gracioso sombrerito de fieltro.
Mientras un sol atrevido rompía las reglas, con sus rayos cruzaba las hojas de los árboles hasta clavar sus flechas de plata en el verde follaje.
Los senderistas que por allí caminaban paraban su ritmo andarino para escuchar sus baladas. De repente, un terrorífico aullido hace callar su guitarra .Una manada de feroces coyotes que desquiciados por allí pululaban, enfermos del pabellón auditivo, se abalanzan sin piedad sobre las tensas cuerdas de su guitarra que, al verse atacadas gimieron.
De repente todo parece pararse, el sol languideció…Unos excursionistas que oyeron los lamentos de la joven cuando por allí pasaban al ver el ataque dan la alarma mientras Mitchell se debate entre la vida y la muerte presa de las fauces de las fieras
Un guarda forestal acude de inmediato a auxiliarla y disparando un tiro certero mata a uno de ellos ahuyentando así a la manada. Pero Mitchell ya está herida de muerte.
Ella estaba preparada para ser una estrella aquí en la tierra, pero desde ahora, allá en lo alto, será un lucero rutilante que cada noche de primavera alumbrará con su fulgor y compondrá melodías a los susurros de amor.
En el cielo dará conciertos y toda la corte celestial bailará con sus notas ya que ningún coyote insensible a la música la callará.

viernes, 24 de diciembre de 2010

El Monte BULAALAM

La cónyuge de un militar es casi invisible para el ejército y eso lo sabía mejor que nadie Claudia Gómez-Garrido.
Una mañana su esposo, mi padre, entró en la sala de estar. Ella ayudaba a la asistenta a doblar calcetines de los cinco hermanos que componíamos la familia Barrios Gomez-Garrido.
Mi padre escueto se dirigió a mi madre:
- Desde mañana seré Coronel de las Fuerzas Armadas y tenemos que vivir en Sidi-Ifni.
Mi madre, sin poder decir nada, muda de asombro, dejó caer de sus manos el calcetín a medio doblar, se sentó en una silla y esperó a que mi padre le diera detalles.
- Yo iré primero para hacerme cargo de mi nuevo destino. Un mes más tarde iréis todos para reuniros conmigo. Desde hoy podéis ir recogiendo la casa. Solo llevaremos lo imprescindible.
Y unas horas después, cuando estábamos todos juntos en el salón, mi madre nos dio la noticia. Para nosotros no significó gran cosa. Yo era la mayor de los cinco hermanos y tenía diez años. El pequeño solo tenía dos meses de edad.
Desde aquel momento mi madre tomó el mando y parecía una coronela, como más tarde la llamarían en Sidi Ifni.
Daba órdenes por doquier y yo la veía muy alterada. Nos íbamos a vivir a África…esa palabra en mis oídos me sonaba a magia.
Creo que fui la única que llegó a estar ilusionada en esta nueva etapa lejos de nuestra ciudad. Mi hermano Eduardo de ocho años estaba en babia, su gemela, Laura, solo quería jugar con sus muñecas.
Julia, con sus seis años, con aprender la tabla de multiplicar tenía bastante ya que la traía de cabeza.
Piluca era demasiado pequeña para darse cuenta del revuelo que había en la casa pero yo, Claudia, (de nombre igual que mi madre) me emocionaba con la aventura.
En realidad, ninguno éramos conscientes de que nuestras vidas desde ese momento serían diferentes.
Teníamos que dejar Valladolid, una tierra de clima suave en verano y fría en invierno. Ifni estaba al noroeste de Marruecos y nos ibamos a un clima árido con temperaturas altas y regulares, con una población compuesta fundamentalmente por la tribu bereber de los Baamarani , donde todos profesan la religión musulmana.
Esto era lo que más le preocupaba a mi madre. Todos nosotros profesábamos la religión católica y su mirada se volvía melancólica cuando pensaba en la fiesta del Corpus Cristi, uno de los más grandes acontecimientos en el orbe católico vivida en Valladolid. Quizás no la vería nunca más.
Después de vivir la aventura de montar en avión llegamos a la ciudad de Sidi-Ifni un día del mes de Julio para que no notáramos el cambio brusco de temperatura.
Y llegamos a tierras moriscas estériles y polvorientas.
Nos dimos un paseo por la ciudad que nos pareció preciosa aunque diferente. Sidi-Ifni se encuentra al borde de una estrecha meseta entre Yebel y Bu-Laalam, desde donde se divisa una costa acantilada, interrumpida por la desembocadura del río Ifni, que en realidad solo es un torrente que lleva agua y ésta, cuando llueve se vuelve tan tumultuosa que tiñe de marrón la costa desvelando una fuerte corriente marina.
Cuento todo esto siendo una mujer adulta y os puedo decir que Sidi-Ifni goza de un microclima muy especial.
Algunas veces, no se ve el amanecer porque la niebla cerrada impide ver el otro extremo de la acera de las laberínticas calles. Es entonces cuando se siente un duende que te hace parecer invulnerable.
Nos acostumbramos al clima haciéndonos mayores. Todos nos sentíamos felices por estar en esta parte de África, que ahora era española.
Recuerdo cuando una tarde estábamos todos los hermanos reunidos y dispuestos para salir de compras con mi madre y llegó el siroco. Un viento que dicen viene del desierto y hacía elevar la temperatura hasta los 50 ºC.
La arena era tan molesta que se introducía entre los labios bien cerrados, llenaba nuestras orejas y se adhería a brazos y piernas.
Aquel día tocaba ir de compras a la zapatería pero no pudimos salir de casa por el siroco. Todos estábamos alborotados y Eduardo rompió de un soberbio tirón la cabeza de la muñeca de Laura, una muñeca de cabellos amarillos de lana ya raída pero que Laura tenía en gran estima. Mi madre solo sabía protestar por tener que soportarnos a todos dentro de la casa.
A pesar del calor agobiante, nos llevaron desde la zapatería unos cuantos zapatos para que mi madre eligiera. Todo fue perfecto.
Y llegó el día del estreno de los zapatos. Era la boda de una hija del Capitán Gutiérrez a la que estábamos todos invitados.
Ese día hizo más fresco de lo habitual y cuando nos pusimos los zapatos a todos nos estaban grandes. A mi madre casi le da un soponcio al darse cuenta. Lo resolvió rápidamente metiendo en la punta de los zapatos algodones para que nos encajaran en los pies.
El 8 de diciembre, fiesta de la infantería, por primera vez iba a asistir a una fiesta importante. Era mi puesta de largo.
Aquel día en mi casa todo eran nervios, mi madre solo se preocupaba de que yo fuera la más bella del baile.
Me puse un traje largo blanco de muaré en el que más tarde las luces del salón irisarían a su antojo. El escote palabra de honor destacaba mi esbelto cuello. El pelo recogido con una diadema de delicadas flores hacía que me sintiera como una princesa. Aún así para mí lo más importante fueron los zapatos de tacón alto. Me sentía mayor, toda una mujer.
Cuando salí de casa acompañada de mis padres me pareció que empezaba para mí una nueva vida.
El vestíbulo de la comandancia estaba repleto de debutantes ansiosas por ser las más guapas.
En el patio arcado y de esbeltas columnas de estilo mudéjar se enroscaban las azucenas como almas trepadoras. Alrededor mesas con manteles blancos y grandes lazos azules que abrazaban las fundas de las sillas, todo estaba fantástico.
Cuando llegó la hora de hacer la entrada yo encabezaba con mi padre el cortejo (por ser el Coronel). La larga fila de debutantes me admiró y sentí cómo mi ego crecía. Mis ojos de color de avellana brillaban.
Después del primer baile con mi padre no dejaron de salirme pretendientes. Ya tenía toda la agenda al completo.
Bailé toda la noche todo lo que se puede bailar a los dieciocho años recién cumplidos, todo eran halagos para el grupo de debutantes.
La fiesta estaba siendo un éxito. No falto nadie que no fuera importante y se unió el lujo con la belleza de las invitadas. Todos estaban dispuestos a disfrutar de la fiesta más importante del año.
Después de coquetear con todo el que se ponía delante, los pies me dolían y salí a la terraza para tomar aire. Estaba pletórica.
Y mientras bebía un refresco, mi mirada se cruzó con unos ojos negros profundos y enigmáticos que me causaron honda impresión. Era un hermoso moro que con su chilaba de color morada ribeteada en oro me invitaba a bailar. Bailé con el apuesto moro casi toda la noche. Digo casi porque cuando se dio cuenta mi padre me apartó de él sin disimulo.
Una semana después, paseaba por el puerto y esperaba que atracara un barco que venía de España. Traía a mi amiga Ana.
Lo vi. Imponente, con su chilaba de color morado y esta vez adornada con abalorios de plata. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo y yo confusa le saludé con la mano. Él se acercó a mí y paseamos juntos hasta que atracó el barco. Nos despedimos como buenos amigos.
Quizás era solo un juego de casualidades, pensé.
Mi amiga Ana llegaba con ganas de ver cosas y decidimos dar una vuelta a la ciudad en coche. Curioseamos por la plaza de España admirando su preciosa fuente adornada con azulejos de Andalucía.
Pasamos por el cine Avenida, majestuoso, la Iglesia de Santa Cruz. Visitamos el edificio del Foro, un palacete de estilo español soberbio.
Ana estaba entusiasmada, pues como ella decía, era todo diferente.
Al día siguiente y haciendo de nuevo de guía volvimos al puerto para ver el teleférico que une los dos islotes de cemento con la costa. Cerca del teleférico hay un puerto pesquero donde hay mucho movimiento. Nos sentamos en una terraza mirando al mar y degustamos unos sabrosos y exquisitos mariscos. Yo suspiré por mi patria.
Mi amiga estaba emocionada con la casa donde vivíamos, un precioso chalet de estilo árabe-andaluz con la fachada de azulejos y rodeada de un jardín con palmeras y parterres.
La decoración de la casa estaba en consonancia con el inmueble , pues se mezclaban lo árabe y lo español resultando muy acogedor y teniendo un toque especial.
Al atardecer, y cuando el sol se oculta dando destellos de fuego, Ana y yo salimos a pasear por la Plaza de España para saborear un té moruno muy frío.
De nuevo lo vi. Era como mi sombra. Se acercó a nosotras y hablamos los tres.
Más tarde nos acompaño hasta mi casa donde mi madre desde el jardín nos vio. Cuando entramos solo vi un halo de tristeza en su mirada.
Después de pasar Ana una semana con nuestra familia fui a despedirla y de nuevo estaba allí Abu-Sali (así se llamaba). Me acompaño y así empezamos a salir en contra de la voluntad de mis padres.
Pasados unos meses y a punto de terminar mi carrera de docente empecé a no encontrarme bien. Por las mañanas sentía nauseas y las piernas me flaqueaban.
Mi madre estaba alarmada porque ya no tenía casi apetito y cada vez estaba más delgada.
Por las noches en mi vigilia me gustaba mirar al monte Bulaalam y me perdía en mi ensoñación.
Un día de niebla espesa Abu-Sali dejó de venir a verme y mi estado anímico empeoró. Llegaban los últimos exámenes para que alcanzara la licenciatura, pero yo no podía concentrarme. Sus ojos negros como dos pozos tenebrosos me obsesionaban viéndolo por todas partes y así paso el tiempo…
Ya en otoño, mi madre se encontraba en la cocina organizando la merienda de mis hermanos. No se dio cuenta pero se habían caído al suelo unas mondas de melocotón. Mi padre la llamó y al darse la vuelta pisó una de las pieles. Cayó al suelo dándose un golpe en la cabeza con el bordillo de la pila. Del golpe murió en el acto.
Fue una gran tragedia para toda la familia. Estábamos desolados con lo sucedido. Mi padre no volvió a ser el mismo y nosotros tampoco.
Con mis dieciocho años me volví desaliñada y sin ganas de nada. Solo me cuidaba de que la casa funcionase.
Después de esa tragedia un día el asistente de mi padre limpiaba un arma e ignorando que había una bala en la recamara le dio al gatillo cuando mi padre pasaba por allí casualmente. Fue un tiro certero en el corazón.
Ahora estoy sentada ante mi ventana con una luna plateada sobre esta tierra para mí ahora amarga. Tengo sueños laberínticos que me llevan por sendas tortuosas y ya no me quedan esperanzas, sólo recuerdos de imágenes queridas, de quimeras rosadas que hacen que mi camino sea lento y pedrajoso.
Para alegrar a mis hermanas pequeñas, les regalé un precioso coche deportivo por el que tenían ilusión. Yo soló vivía para que mis hermanos fueran felices.
Una tarde mis dos hermanas Julia y Piluca salieron a pasear en su flamante coche. El sol calentaba sin piedad por la carretera del Sahara y conducían a una velocidad poco apropiada por su alocada juventud.
Les reventó una rueda haciéndoles perder el control del coche hasta chocar contra una pétrea palmera carcomida y polvorienta.
Otra vez la tragedia se cernía sobre la familia haciendo más duro mi pesar. Todo estaba muy confuso y se rodeó de un gran misterio.
Este accidente empezó a suscitar un gran interés mediático por no encontrar los cuerpos pero se desvaneció poco a poco.
El rumor de la desaparición de mis hermanas se propagó sin que el gobierno español pudiera evitarlo. Algo muy grave había sucedido en el desierto del Sahara español que podía cambiar radicalmente la manera de ver el mundo. Las averiguaciones fueron severamente guardadas por el gobierno. La policía científica española después de muchas pesquisas cerró el caso por falta de pruebas.
Ahora quedaba yo tremendamente sola y con una gran incertidumbre como jefa de la esquilmada familia.
Una noche cuando todos dormían me levanté de mi lecho y mire por la ventana. Vi en el monte Bulaalam una luz roja que parpadeaba como si estuviera avisándome de algo. Me acosté preocupada y sin poder dormir observé que la ventana de mi alcoba se abría sola. No hacía viento. La cerré de nuevo y me metí en la cama intentando dormir esperando que llegara la mañana.,mientras el temor se apoderaba de mí.
Cansada y ojerosa por no haber dormido decido ir a la cocina para distraerme pensando que debía agasajar a mi hermano Eduardo con su comida favorita por ser su cumpleaños.
Y manos a la obra empecé a preparar Tallin de pollo tipo Ifni.
Empezé a trocear el pollo mientras se cocían los huevos y preparé en un plato pasas con almendras, ciruelas, aceitunas y algunas especias morunas que tenía en la despensa.
De repente, el teléfono sonó atronador en mis oídos y me sacó de mi tarea. Al otro lado del auricular me informaron de otra tragedia. Se había producido un lamentable accidente donde estaba involucrada mi hermana Laura.
Con el rostro desencajado y los ojos brillantes entré enloquecida en la comandancia y en estado de ansiedad por ignorar qué estaba sucediendo.
Después de aclarar mi parentesco, me cuentan lo sucedido. Mi hermana Laura estaba en una tienda de animales. Mientras admiraba una pecera de peces tropicales, le atacó una boa constrictor. Ésta salió de su terrario y enroscándose en una de las columnas que sostienen el edificio pasó desapercibida para todos y logró acercarse a mi hermana. La boa se sintió amenazada y atacó a Laura en un rápido movimiento. Se la tragó quedando a todos los presentes aterrorizados.
El muchacho que la acompañaba, en un repentino ataque de nervios, salió a la plaza como una exhalación. Cayó dentro de la fuente y se dio un desafortunado golpe con uno de los caños de agua quedando semiinconsciente. Fue llevado de inmediato al hospital donde fue ingresado.
Después de lo acontecido mi corazón se desbocó y caí al suelo sin conocimiento, era mi hermano Eduardo el que acompañaba a Laura.
Horas después me encontré con mi hermano en el hospital. Al verlo sentí una honda impresión. No me reconocía, había perdido la memoria y parecía difícil recuperarla del todo. Pasadas unas semanas me lo llevé a casa donde desde entonces lo cuido como si fuera un niño de dos años.
Cada vez era más penoso seguir viviendo. Parecía una maldición. Las noches eran muy largas para mí y cada mañana y al anochecer miraba el Bulaalam. Mientras, esa luz infernal parecía querer decirme algo.
Una mañana cuando me levanté y después de una noche calurosa y viento del siroco la casa estaba inundada de arena. Las puertas y ventanas estaban cerradas y los ventiladores funcionando.
Llamé a la asistenta y la busqué por toda la casa sin tener respuesta. No parecía estar en ella. Me duché y en la ventana del cuarto de baño encontré una nota: no me busques será peor para ti. Olvídame.
Salí al jardín aún con la bata puesta y observé una lámpara roja que daba destellos de sangre. Me acerqué con temor e intenté cogerla pero había desaparecido. Solo estaba el hermoso parterre que un día plantó mi madre.
Mientras, un árbol esquelético se balanceaba en el jardín y azotaba el muro.
Mi corazón empezó a palpitar alocadamente.
Entré de nuevo en la casa y me encontré en lo alto de las escaleras y colgada de la baranda una chilaba de color morado. No sabía si estaba volviéndome loca.
Subí las escaleras de una en una muy lentamente. El latido del corazón hacía que me estallaran las sienes y oí una risa jocosa que me paralizó. Decidí salir de la casa y bajé las escaleras corriendo desaforadamente.
Por suerte mi hermano no estaba en la casa pues de nuevo se encontraba hospitalizado a consecuencia de una recaída.
Cuando intenté abrir la puerta de la calle el pestillo estaba atrancado. No había manera de abrir la maldita puerta. Grité con todas mis fuerzas, pero nadie me oía. Era un chalet rodeado de jardín. Pensé desesperada que nadie iba a venir a rescatarme cuando, una voz masculina me dio esperanzas. Me tranquilizó desde fuera y empujó la puerta con violencia pero no pudo abrirla.
Salió al jardín para pedir ayuda y cuando volvió con refuerzos la puerta se abrió sola quedando yo en medio como si fuera una histérica.
Ya no quería volver a entrar en la casa, estaba maldita. Me fui a un hotel, necesitaba descansar y tranquilizarme para poder pensar.
No podía contárselo a nadie, no era creíble. Todo empezó el día que conocí al moro de la chilaba morada.
Cuando estaba en el hotel me atrajo la ventana como un imán y me asomé para ver el Bulaalam. De nuevo estaba allí la lámpara roja que parecía tener cada vez más potencia.
Llamé al conserje del hotel y lo invité a mirar por la ventana. El conserje miró hacia el monte y sus manos taparon sus ojos. Horrorizado salió de la habitación como una exhalación.
Yo no podía seguir así. Las noches eran infernales, no podía descansar. Una noche y mientras dormitaba escuché una voz entre susurros: Lo tenías que pagar.
Por las calles las amistades me miraban con pena. Estaba delgada pálida y demacrada, parecía tener una vejez prematura.
Un día al despuntar el alba decido lo que tengo que hacer y cogí el teléfono para pedir un guía que me acompañara al Bulaalam. Salimos al medio día y cuando estábamos subiendo entre la maleza una carcajada me retumbó en los oídos. Miré hacia el suelo y aterrorizada vi una daga semienterrada. La cogí y estaba reluciente como si la acabaran de limpiar.
Subí con ella en la mano tras el guía y me encontré sentado como en un trono de pavo real y cubierto de oro a Abu-Sali, con su chilaba de color morado y una sonrisa diabólica. Mirándome a los ojos me dijo:
- Ya era hora que llegaras, te esperaba hacía mucho tiempo. He tenido que matar a toda tu familia para que vinieras.
El moro estaba pálido. En sus ojos una fosca lumbre repugnaba y en sus ademanes una falsa mansedumbre piadosa.
Lo miré a los ojos y con una ira incontenible alcé la daga. Le segué la cabeza de un tajo mientras el guía salía corriendo despavorido.
La magia del mal había desaparecido. El moro que tenía atemorizado a toda la ciudad ya no estaba. La luz del Bulaalam se había apagado para siempre.
La fiebre había cesado. Unas voces queridas me llamaban.
Eran mis padres y mis hermanos que juntos me daban la bienvenida. Ahora estábamos todos juntos y felices.
El áspid que clavo su mortal colmillo en mi pierna no consiguió su propósito pero si había hecho que viviera una terrible pesadilla.
Por un instante lo comprendí todo, del modo en que uno entiende la inmensa importancia de un sueño al despertar de él.
El moro de la chilaba morada si existe, es un hechicero tan perverso que con solo mirarlo a los ojos hace sentir horribles pesadillas.
Yo solo lo vi una vez cuando paseaba con mi madre por la Plaza de España.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Ven a Mi Tierra

Después de mucho trabajar, he conseguido lo que tanto soñé, hacer de la finca de mis padres una preciosa casa rural de la cual me siento muy orgullosa al estar siempre puesto el cartel de completo. Y lo voy a festejar con una gran fiesta para todos aquellos que me alentaron a conseguirlo. Entre ellos, están mis queridas amigas que conocí cuando estudiaba el último curso de mi carrera en tierras de Francia. Aguantaron estoicamente mis sueños relatados una y otra vez hasta la saciedad. Pienso que es una buena oportunidad para volver a ver a éstas amigas y agradecerles su amistad haciendo que pasen en mi casa dos meses maravillosos.

Recopilo los teléfonos y llamo primero a Natalia, polaca encantadora que antes de decir nada se imagina la invitación. Natalia hacía mucho tiempo que esperaba poder venir a pasar el Womad cacereño lleno de música y colorido donde todas las razas se unen para hacer juntos una sola canción. También llamo a mi amiga francesa Sandra y su cantarina voz se desborda cuando le doy la noticia. Siempre creyó que nunca la iba a invitar y su alegría fue inmensa cuando por fin podía cumplir su sueño ver la Ciudad Monumental en todo su esplendor. Esa Ciudad que yo tanto ponderé y añoré en la lejana Francia. Tracy, mi querida americana se llenó de ilusión y con su carácter desenvuelto me dijo que no quería perderse nada. Quería ver el teatro clásico en la ciudad monumental y conocer El Paseo de Canovas en la feria del libro. Le cuento que éste año el paseo esta adornado con el arte de Manolo Valdés un escultor notable donde su obra expuesta alegra al paseante.

Cuelgo el teléfono y enseguida me pongo manos a la obra.

Tengo que preparar la visita y mandarles el plan por correo electrónico. Bueno, mejor pienso que les haré una presentación en Power Point de todo lo que van a poder ver aquí. Llegan en un mes y tienen que llevarse una buena impresión. Cáceres tiene infinidad de posibilidades culturales e innumerables cualidades que quiero que conozcan. Siempre les hable de mi ciudad como una Ciudad encantada y con encanto.

Empiezo a preparar el itinerario: Primero las llevaré donde nacieron los primeros pobladores de esta tierra, El Calerizo, donde se asentaron los primeros pobladores de Cáceres, dejándonos indiscutibles testimonios de su existencia. Entraremos en la cueva de Maltravieso descubiertas en los años cincuenta por unos obreros que trabajaban en las canteras de calizas. Allí podremos ver dónde se encontraron restos humanos, huesos fósiles de animales y algunos materiales arqueológicos de la época del bronce. Les diré también que prestigiosos arqueólogos removieron la tierra encontrando pinturas de mucho interés.

Tengo tan poco tiempo que repaso una y otra vez mis notas para que no falle nada.

Y siguiendo la historia de mi Ciudad llegamos al periodo del hierro donde surgen las fortificaciones que se llaman Castros, buscando así la defensa frente a los invasores y al mismo tiempo dominaban las tierras ocupadas. Esto hizo que los pobladores de las cuevas de Maltravieso se vieran obligados a abandonar su ancestral hábitat desplazándose hacia las tierras más elevadas.

Por entonces las tierras donde hoy se asienta Cáceres serían testigos del paso de las tropas Lusitanas y Vetonas que bajaban en son de guerra hacia el valle del Guadalquivir, aquí se libraron grandes batallas por el poder y la posesión de las tierras. Un tiempo en el que la mezcla de razas y sangre surgiera un periodo fabuloso en el que pasaba el cobre y la casiterita que eran componentes del bronce yendo a parar a Cádiz y Huelva. En esos momentos se estaba mezclando lo fabuloso con lo histórico, fue cuando Cáceres tuvo la primera filtración judía: prueba de ello es el tesoro encontrado en Aliseda.

Los romanos también nos dejaron plenitud histórica.como el puente de Alcántara sobre el rio Tajo esta obra se realizó en la época de Trajano en el siglo II. Hoy nos quedó de todo aquello La Ciudad Monumental que se hizo de tal forma que casi es un rectángulo perfecto tiene 1200 metros de perímetro, el eje mayor mide 385 metros y el menor 187, la superficie aproximada del interior de la muralla es de unos 70.000 metros cuadrados. Es el punto más alto y en el centro de ella salen todas las calles que dan a la entrada y salida de la ciudad pues este es el punto neurálgico. En ella hicieron cuatro puertas, la llamada de Coria al (norte) la de Mérida(al sur) por donde entraban los señores de Ulloa, la puerta del rio (al este) por pasar por este sitio un rio donde se surtía la gente de más pobre linaje, más tarde se llamaría el Arco del Cristo. Se dice que fue por allí donde se formó el núcleo judío construyéndose muy cerca una sinagoga que también visitaremos.

En el oeste la puerta del postigo, y la principal nueva o Arco de la Estrella que construyeron los vecinos que protestaban porque sus carruajes entraban con dificultad en la Ciudad . Las familias de alto linaje, a pesar de estar protegidos por las magníficas murallas tenían rivalidades continuas con sus vecinos. Luchaban unos con otros porque todos querían ser los dueños de la ciudad. Hoy es mágico pasear por sus laberínticas calles a la luz de los faroles donde las sombras se alargan acompañadas por el susurro de la brisa, en donde los pensamientos te pueden transportar a la edad media donde en cualquier esquina puedes imaginar que aparece un embozado con capa y espada sin tener escapatoria pues los grandes portones de las casas señoriales se encuentran cerradas guardando celosamente su historia para que no sea profanada. Veremos el museo donde se conserva el más grande y mejor aljibe de Europa similar al de Estambul (Turquía) seguiremos vagando por las calles subiendo y bajando cuestas, admirando las casas señoriales de los siglos XV y XVI.
El ansia por el poder de mandar en el señorio se hizo insoportable hasta que llegaron los Reyes Católicos poniéndo fin a estas escaramuzas con verdadera energía y ordenaron que sus torres fueran desmochadas, también se eliminaron arqueras saeteras y troneras, sometiendo así a los señores feudales a la autoridad Real aunque Cáceres en estos momentos pertenecía al realengo. Los reyes nombraron a Diego de Cáceres Obando capitán de los caballeros y gente de guerra de Extremadura reinando la paz desde entonces. Después de terminar estas guerras y rencillas vino la reconstrucción de la Ciudad, se abrieron ventanas y balcones transformándose las fortificaciones en casas palaciegas, unas son barrocas, otras platerescas, góticas renacentistas, todas ellas en conjunto hacen que surja un encanto singular. En esta euforia por la bello y lo grandioso hizo llamar la atención de Felipe I I hospedándose en una de estas casa cuando venia de coronarse Rey de Portugal...
Sigo con el itinerario trazado: visitaremos la muralla que se conserva intacta envolviendo la antigua Villa de Cáceres, esta se levanta sobre basamento romano, también nos quedaron los romanos la torre llamada el Pozo de los Gitanos el de la Hierba, del Horno del Postigo, todas ellas albarranadas y de planta cuadrada. Entraremos en la Casa de Los Golfines de abajo que se encuentra entre la plaza de San Jorge y Santa Maria, es de estilo plateresco en el que te puedes imaginar viendo su característico patio de peristilo, damas bordando junto a sus dueñas y al frescor del pozo en una tarde de hastió contar relatos de amor.
También visitaremos la Casa Mudéjar cuya fechada ofrece la única muestra mudéjar. La casa de las Veletas es hoy en dia el Museo Arqueológico y etnológico, en su interior el patio de peristilo que abunda en toda la Ciudad este es el único edificio que se corona con gárgoras de cerámica haciéndolo singular, este fue construido en el siglo XII musulmán exhibiendo en sus salas artesonados únicas y sin olvidar su inigualable aljibe antes mencionado. También está el Museo del Mono que aloja la sección de Bellas Artes tiene una ventana de arco conopial y la casa está coronada con gárgoras esculpidas con motivos fantásticos, esta casa es del siglo XV.

Nuestro recorrido se hará lentamente pero sin pausa, esta belleza arquitectónica se tiene que saborear como se saborea el buen vino.

También tenemos el Palacio de los Golfines de Arriba esta edificio es el que tiene más grandes dimensiones este lo iremos a visitar a la calle de los condes, en el destacan sus torres defensivas y matacanes. El patio Peristilo primorosamente adornado con macetas de tarracota repletas de pilastras haciendo de este patio más hermoso si cabe. En este palacio también destaca una capilla alojada en la torre principal y cubierta por una atractiva bóveda de crucería.

Aunque nos queda mucho aún por visitar admiraremos la Iglesia de Santa María que combina lo Románico Tardío también exhibe gárgolas que representan seres fantásticos y monstruosos. Esta iglesia data del siglos XIV Y XV, creo que no voy a seguir enumerando… son tantos y tantos los monumentos que es mejor vivirlo en directo. Estoy segura que nunca vais a olvidar esta invitación en vuestra imaginación se quedara grabada como vivieron en la Edad Media como amaron y odiaron haciendo de todo el conjunto esta maravilla. En el arte es señorial no hay otra cosa que la iguale, es caprichosa, moderna, antigua y misteriosa.

Por eso y solo por eso, amigas mías, Cáceres se merece ser visitada.

Os espero con ansiedad.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Felicitación Navideña

Hola a todos los que me honráis con leerme.

Estos días tan especiales Navideños, os deseo lo paséis FANTASTICOS, con vuestras familias y amigos, y que se hagan realidad todos vuestros sueños. Ya que todos vosotros habéis contribuido a que se realicen los míos. Espero que sigáis, pues hay mucho por leer.

FELIZ AÑO NUEVO PARA TODOS

Teresa Dama del Misterio.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El Profesor

Aquel día, al atardecer el cielo se puso de color herrumbre. Un profesor sale de la facultad después de impartir sus clases, con aspecto cansado, lento, con una lentitud casi exultante para los peatones que por la ancha avenida se atropellan en su huida hacia la nada. En este carrusel de prisas otros corren con urgencia para coger el metro que los devuelva a sus hogares después de un largo día absurdo y lleno de dificultades.

En la estación de metro, se multiplican los movimientos de la gente al anuncio de la llegada y salida de los trenes por el altavoz.

El profesor, nunca tiene prisa, y espera la llegada de su tren sentado como siempre, mirando a la gente como si fuera una fotografía en sepia.

La luz de una farola del andén, atraviesa su rostro haciéndolo casi transparente.

La tristeza que siente es una especie de locuacidad meditabunda. De repente, nota ese olor humano y pegajoso, que sopla como una brisa espesa que impide respirar, percibiendo en su cuerpo un escalofrío. Ve un individuo, alto, vestido de negro y aspecto funerario. Lleva en la mano un paraguas que mece al son de una musiquilla repetitiva y discordante que sale de su transistor.

El hombre se acerca tarareando a una joven pareja que afanada en sus arrumacos lo ignora.

Afuera el viento golpea sin piedad las lamas de las persianas de los establecimientos, mientras los mástiles de las farolas se tambalean haciendo de su luminosidad espectros fantasmagóricos. El tren, como siempre, llega puntual a su cita con los viajeros, el ruido de los raíles en pleno movimiento ahoga un grito de agonía y desesperación. De nuevo el tren desaparece raudo devolviendo la calma a la estación

El profesor mira con ansiedad hacia el lugar donde se encuentra la pareja de jóvenes. Nunca, hasta ese momento, había tenido la intrusión que se te desliza bajo la piel y te hiela hasta el tuétano ante lo que sus ojos estaban viendo. A sus labios acuden palabras a tropel que en esos momentos no pueden ser coherentes, porque la ansiedad de decirlo todo se anticipaba negativamente a su voluntad.

Se acerca despacio y acaricia levemente la frente de la chica que yace en el suelo, con paso inseguro va hacia al hombre de aspecto funerario, que mira, con ojos de búho, cómo las gentes corren despavoridas ante el desagradable incidente.

Una vez frente al hombre de negro reparó, que las pupilas de sus ojos se ensanchaban hasta los bordes cubriéndolos de color oscuro hasta parecer un ser monstruoso, mientras se deleitaba mirando el cuerpo inerte de la chica.

El profesor aprovecha su estado de locura y le pide con dulzura, de hombre despistado al que no le importa nada de lo sucedido, que le enseñe su magnífico paraguas. El hombre enajenado, creyéndose infalible y poseedor de la fuerza que da el no saberse descubierto, alarga su mano huesuda despectivamente y le da el paraguas con sonrisa triunfadora al despistado profesor. Ya en su mano, hace un movimiento distraído pero certero al resorte mecánico del paraguas. Automáticamente, aparece un estilete en la punta que el profesor clava con saña en el estomago del individuo. Mientras, masculla a su oído:

- Ahora nunca sabrá que yo era su padre.

Y deja caer el cuerpo suavemente, como es él, a las vías justamente cuando el convoy silbaba su entrada en la estación.

Aquel día, el profesor camina hacia su casa con la mirada perdida. La noche ya no le sacudía con la zozobra de las soledades en cada esquina. Y dejó de oír los tumultos sordos de los fantasmas que habitaban en él cuando el estilete del bastón, se clavó de lleno en su enfermo corazón.

Un grupo de gatos desde un resbaloso tejado lanzaban aullidos a la luna que desde ese momento había dejado de alumbrarlos.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El Amigo Imaginario

En el invierno sombrío y cuando las nubes se ciernen agobiantes en el cielo, recibo una misiva. La abro con curiosidad y compruebo que es de un amigo de la infancia. Me invita a ir a su casa para pasar un fin de semana. No puedo aceptar dado que mis obligaciones me impiden el ocio.
Le llamo por teléfono y nadie lo descuelga. Vuelvo a insistir una y otra vez para comunicarle que me resulta imposible acudir a la cita. La comunicación es nula pero una llamada oportuna me cancela la cita de trabajo y decido ir a la casa de mi amigo.
La casona se encuentra en lo alto de una colina con una subida de difícil acceso y la espesa niebla casi la hace invisible, tanto que parece fantasmagórica.
Aparco mi coche, un Land Rover viejo heredado de mi padre en la entrada de la casa. Pero nadie sale a recibirme, empujo la puerta que se abre con facilidad y subo las escaleras.
El zaguán acristalado con bellas vidrieras esmaltadas en multicolor me sobrecoge con su belleza. Una voz de ultra tumba me llama y abro la puerta de salón de dos hojas que se encuentra frente a mí. Ya en la estancia puedo observar una enorme chimenea encendida y a Rosauro sentado en un sillón. Pálido, larguirucho y extremadamente delgado con un aspecto desolador. ¡Había cambiado tanto!
Me ofrece sentarme con mucha ceremonia. No puede ser, no se parece en nada a mi amigo. Lo miro y sus ojos oscuros están rodeados de una aureola gris como si fuera un antifaz.
Después de servirme un té caliente que tiene dispuesto en una mesita auxiliar, me empieza a narrar su frustrada vida desde que heredó aquella lúgubre mansión y se fue a vivir a ella. Le pasan cosas extrañas y se ha quedado postrado en una silla de ruedas después de una noche de fiebre muy alta.
Una sombra atraviesa el pasillo y pregunto sobrecogido.
- ¿Has visto eso?
Rosauro no contesta y sigue con su extraño relato. Su tío, un hombre poderoso y sin descendencia pensó en él como único heredero de todos sus bienes.
Al principio todo fue emocionante pero cuando se hizo cargo de la mansión empezó todo su tormento.
La vieja criada desconfiaba haciéndole la vida imposible hasta que la tuvo que despedir. El jardinero, hombre tullido y de pocas palabras es el único que sigue en la casa a su servicio. Se encuentra solo y nadie del pueblo quiere trabajar en ella.
Me cuenta que por las noches y en los largos pasillos se oyen conversaciones que le hacen imposible conciliar el sueño.
En medio del relato de su azarosa vida, veo como una mujer joven y bella aparece tras las vidrieras. La miro asombrado y ella parece mantener su mirada con la mía. Se lo comento a mi amigo:
- ¿Has visto a esa mujer? ¿Quién es?-pregunto.
- Eso que has visto es un espectro-dice Rosauro.
Yo lo miro incrédulo y le pido que me siga contando todo aquello que pasa en la casa.
De pronto, un terrible alarido hiela mis venas y mi amigo se tapa los oídos con las dos manos mientras sus ojos parecen salirse de sus orbitas.
Empiezo a estar incómodo y decido salir cuanto antes de esa casa, me iría después de la cena.
Cuando estamos en los postres, la puerta del comedor se abre y la joven que vi tras las cristaleras va vestida con una inmaculada bata y sonrisa serena.
Se dirige a mí y me da las gracias.
Mi amigo parece haber terminado su relato.
Un hombre de pelo blanco aparece en el comedor y ordena a la enfermera que le ponga una inyección.
Se llevan a Rosauro para que descanse.
Nunca sabrá que ese amigo jamás lo visitó.

Mi Casa

Regreso en este momento de visitar a tres vecinos que sospecho me darán más de un motivo de preocupación. Sus campos lindan con mi hacienda que lleva mucho tiempo abandonada.
La comarca en la que tengo la mansión heredada de mis antepasados es un verdadero paraíso, tal como un soñador no la hubiera encontrado en ningún lugar que no fuera Extremadura.
Entro por el gran portón de mi casa y tres sirvientes me esperan sonrientes. Yo hubiera preferido dos o tal vez cuatro, porque tres (aunque es uno de mis números preferidos) siempre pensé que al ser impares no me encajarían en ningún destino que les tenía preparado.
Cuando cae la tarde y el último rayo de sol penetra en mi aposento, me siento cómodamente en un sillón y espero la hora de la cena bebiendo una copa de Jerez pausadamente. Mientras, el cigarrillo se consume lentamente entre mis dedos amarillentos.
La cena en soledad se hace monótona, triste, sin tener con quien hablar. La madera del suelo del pasillo cruje a cada paso que dan los criados en sus idas y venidas de la cocina al comedor.
Cuando termina la cena se presentan ante mí para desearme las buenas noches, los miro sin saber que decir y los saludo con la mano en alto invitándoles a que se vayan a descansar.
Más tarde, cuando mis parpados se cierran y no me dejan leer por el cansancio, me voy a mi alcoba y allí en una cama del siglo XIX echo mi cuerpo cansado, pero el sueño no es suficiente para dormir. Doy vueltas y más vueltas en la alta y ancha cama. Mi desasosiego es cada vez mayor. En el reloj oigo las tres, las cuatro y pienso en ese maldito artilugio con su incansable minutero que va marcando los instantes de mi vida preguntándome cuándo dejara de dar la hora para poder dormir.
Un llanto entrecortado se escucha en la habitación de al lado. Pongo el oído con atención para cerciorarme si lo estoy soñando pero una voz masculina se oye dando órdenes mientras, de nuevo, un quejido sale de la garganta de una mujer.
Me levanto con sigilo, no sin antes coger el atizador de la chimenea como arma defensiva, me acerco a la habitación.
Los tres criados están allí, de pie, observando la escena de una mujer en la cama con las entrañas abiertas dando paso a la vida. Yo quedo atónito, es un milagro y quiero ayudar pero un hombre alto y arrogante me invita a salir.
Me voy conmocionado, ya no puedo volver a dormir.
Es mi casa y hay un desconocido trayendo al mundo un nuevo ser.
Por la mañana cuando me levanto me dirijo de nuevo a la habitación, pero está cerrada, no tengo la llave y llamo a los criados a los cuales pregunto sin hallar respuesta.
El día pasa lento para mí. Ordeno a uno de los criados me abran la puerta misteriosa. Entro y la penumbra me hace estremecer. Miro a mi alrededor y veo una cama y una gran cómoda con una fotografía de mi tío-abuelo Avelino, que fue un famoso terrateniente en la comarca por sus muchos actos caritativos con sus vecinos. Miro con más detenimiento y en la colcha que tapa la cama reposa un camisón de mujer amarillento por el paso del tiempo. Sigo mi investigación y abro un armario que está repleto de juguetes infantiles donde algo se mueve tras la puerta. Con sigilo me acerco y un caballito de madera se mece con ritmo.
Aquella noche el pasillo de nuevo es un hervidero de pisadas en idas y venidas precipitadas. Yo no lo puedo creer, es mi casa y por la noche cobra vida.
Como no puedo dormir ni descansar decido dejar la casa por unos días hasta averiguar lo que está pasando. Me saco un billete de autobús y me voy a Málaga pensando que el ambiente festivo que allí se prodiga me viene bien por unos días.
Ya en Fuengirola, al anochecer y después de deambular por la solitaria playa a la luz de la luna me siento en el muro de un espigón que guarda las embarcaciones. Siento una gran paz espiritual mientras el viento despiadado lanza su furia sobre mi espalda.
Alguien sacude mi cuerpo con brusquedad. Despierto y estoy tumbado en el sofá de mi apartamento con un médico inclinado sobre mí tomándome el pulso.
La niña ha nacido bien, las dos están estupendamente.
Me froto los ojos y siento que por primera vez era el amor él que me había hecho delirar.