El oleaje rompe con rabia sobre el acantilado y arrastra en su furia a las viscosas algas envueltas en la voluptuosa espuma.
Lejos de la costa ya dentro del Océano, un buque llamado Calerus, uno de los más grandes y modernos que navega llevando mercancía y pasajeros.
Se encuentra a la deriva después de encallar en las rocas.
La espuma del mar se entretiene haciendo una y otra vez un bordado de festón en la orilla de la playa como si se tratara de un juego monótono.
El mar embravecido bambolea a su antojo la nave mientras en uno de los salones vip de reuniones debaten un grupo de poderosos políticos sobre la necesidad de pedir un helicóptero para que ellos sean rescatados. Unas sonrisas extrañas floreaban en sus labios mientras lanzaban en las ondas un SOS.
El resto de pasajeros y tripulación ignora lo que traman este grupo de poderosos hombrecillos.
Una voz potente y esperanzadora se hace oír por un altavoz y anuncia al pasaje tranquilidad por estar todo controlado.
La calma que se transmite sólo hace que el pasaje vuelva por unos instantes a una normalidad relativa. Un murmullo se oye en la sala donde se encuentra la mayor parte del pasaje.
El cielo se pone de color nácar gris.
Un gran estruendo seguido de un golpe de mar parte por la mitad la nave como una cáscara de nuez. Ya no hay tiempo para subirse a los botes.
El mar se traga el barco como una serpiente anaconda se traga una res.
Los gritos se ahogan con el zumbido del viento chocando con fuerza contra las olas.
El agua está helada y la supervivencia es escasa o nula.
En el puerto donde tiene que atracar el buque se advierte intranquilidad (éste no responde a ninguna llamada). Mientras, en la oscuridad más absoluta, cientos de personas se debaten contra los elementos naturales.
Los peces se alertan ante un movimiento inusual para ellos y de anormalidad en su hábitat.
No muy lejos, una ciudad está espléndidamente iluminada con cientos de luces de neón. Parece desafiar con su luminosidad la terrible y agonizante oscuridad que estaba viviendo los pasajeros del Calerus.
Después de pasar algunas semanas, en una costa cerca de Islandia aparecen cinco cadáveres en la playa. La mar sabia y poderosa, en una tarde de pleamar cuando las olas se encrespan, los escupe. Más tarde son reconocidos como los cinco políticos que viajan en el buque naufragado.
El mar siempre selectivo y sabedor de ser la gran despensa del mundo, los devolvió a la tierra, despreciando así la comida basura para su comunidad marina.
Un marinero que por allí pasaba vio los cuerpos medio putrefactos en la orilla con sus ojos negros como la noche los miró y de sus labios salió una sonrisa vacía.
Los otras víctimas fueron acogidos en el seno del mar. En otra forma y manera seguirán viviendo y recorriendo el ciclo de la vida con dignidad.
domingo, 28 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
La Reliquia
Diana entra en la redacción, coge una nota que tiene encima de la mesa de su despacho y sin quitarse el abrigo va directamente al del director que espera impaciente su llegada. El pasillo es largo y estrecho con un intenso olor a tabaco que a Diana le parece insoportable. Ella también ansía saber qué misión le van a encomendar como reportera itinerante.
La puerta del despacho de su jefe se encuentra semicerrada por lo cual solo tiene que empujarla suavemente.
J. J. Sandoval la mira desde su sillón de alto ejecutivo y con un ademán le invita a sentarse frente a él. El despacho, decorado con suntuosidad, hace que la curiosidad de Diana se despierte. Es amplio, pero las gruesas cortinas de terciopelo de color azul oscuro le dan una cierta opacidad misteriosa. La lámpara de cristal que pende del techo parece una gran araña amenazadora. La alfombra que tapa por completo el suelo es de color azul cobalto salpicado con pequeños topos de color carmesí, como gotas de sangre.
El director después de hacer ciertas advertencias al respecto sobre su cometido le da un sobre cerrado con las instrucciones.
Al día siguiente, el avión que sale de Madrid con destino a Roma está dispuesto para que los viajeros embarquen. Eran las ocho y treinta de la mañana cuando después de facturar su equipaje, Diana sube a la nave para ocupar el asiento numero veintidós A de la clase turista.
Cierra los ojos y sus pensamientos se arremolinan en una tormenta de miedo y lamentaciones cuando lee el documento que le había entregado su jefe.
Tiene que encontrar la reliquia que se supone debe estar en la iglesia romana de Sta. María in Cosmedin. Diana saca sus apuntes y lee que es una iglesia medieval que no había cambiado nada desde el siglo XII.
Cuando el avión aterriza en el aeropuerto de Fiumicino coge un popular transporte llamado bienvenida que la lleva al hotel directamente haciendo un recorrido por las zonas más bonitas de la ciudad siendo de gran belleza cultural.
Llega al hotel Ticiano…maravilloso palacio Patricio que mantiene su atmósfera original y está situado en el centro histórico de Roma a poca distancia del Foro Imperial, el Coliseo, San Pedro, y Plaza de España.
Después de descansar en el hotel y a las seis de la tarde de un esplendido día romano se dirige a la iglesia Sta. María de Cosmedin. La iglesia es como ella la supone, sobria y de gran belleza arquitectónica. Su mayor peculiaridad consiste, entre otras muchas cosas en su gran desnivel existente con los edificios que le circundan.
Entra en la iglesia y se arrodilla en el primer banco fingiendo que reza aunque en realidad lo que hace es observar detalladamente la planta del templo que como la mayoría de las iglesias tiene forma de una inmensa cruz latina.
Se fija con detenimiento justo debajo de la cúpula principal del cimborio, el corazón de la iglesia y el punto más sagrado. Ve aquello que busca.
Al volver la cabeza se da cuenta que tras ella, un hombre bajito con una cabeza descomunal para su cuerpo, la observa. Despacio, nerviosa y preocupada sale del templo y uniéndose a un grupo de turistas que en ese momento pasaba cerca despista al hombre y así puede regresar al hotel con toda la información que ha recopilado.
Ya en la habitación prepara la estrategia a seguir.
Al día siguiente entraría en la iglesia para esperar agazapada hasta la hora del cierre en un oscuro confesionario. Después lanzaría un gancho en un saliente de la bóveda y con un arnés treparía por la cuerda hasta llegar al cimborio.
Por la mañana ya no le parece tan fácil como lo concibió pero decidida sale para comprar los accesorios necesarios para la ejecución del plan.
Antes de salir a la calle, se siente vacía y se asoma a la ventana de su habitación desde donde se ve una Roma antigua que no merece ser diezmada.
Al salir del ascensor y cuando se dispone a salir a la calle ve con horror que sentado en una butaca del hall del hotel y simulando leer la prensa está el bajito cabezón. En esos momentos su pensamiento se llena de dudas, no sabe si salir corriendo hacia la calle o subir de nuevo en el ascensor hacia su habitación.
Decide lo último y cuál es su sorpresa que éste hombre la saluda con un gesto de cortesía a través del espejo del ascensor. Diana nota que la cabeza empieza a darle vueltas.
Su terror es tal que vuelve a bajar y empujando la puerta giratoria hasta salir a la calle donde la brisa del Ródano le calma los nervios y piensa que ya falta poco para la reliquia esté en sus manos. Y se detiene un instante sonriendo.
Ya en la noche sueña como un murmullo de los espíritus en la oscuridad dicen unas palabras olvidadas para ella;”una buena noticia no vale tanto como la paz del espíritu.”
Y alzando los ojos al cielo mirando embelesada como la noche está cuajada de rutilantes estrellas.
martes, 9 de noviembre de 2010
El Sueño
La vida de Laura era indudablemente ideal. Tenía juventud y estaba haciendo lo que gustaba. Pedaleaba sin parar por un camino mullido por la hierba.
Su casa era la más bonita del pueblo aunque estuviera a las afueras y se encontraba situada en lo alto de una suave colina. La miró desde abajo y suspiró.
Siempre conseguía lo que quería. Había estudiado botánica y se había construido la casa soñada en un terreno heredado de su abuelo.
La casa era de madera y forma rectangular, pequeña, con un tejado rojizo de teja árabe a dos aguas y rodeada de un porche protegido por una barandilla de madera.
Laura dejó la bicicleta al lado de un murete de piedra donde descansaba una hilera de macetas.
Abrió la puerta de su casa y el olor de la madera la saludó como siempre.
La madera estaba presente en toda ella y le daba calidez haciéndola a la vez más acogedora.
El salón era rectangular y daba cabida a una pequeña cocina donde múltiples cacharros colgaban del techo. A la izquierda estaba la chimenea, unos sillones y un mullido sofá de flores estridentes se organizaban a su alrededor. Una mesa redonda próxima a la cocina servía de comedor y disponía de cómodas butacas de mimbre primorosamente trabajadas por un artesano del pueblo.
Unas escaleras daban al piso superior donde estaba la alcoba de Laura tras una balconada abierta al salón. La cama estaba acompañada por dos mesillas desiguales heredadas de su familia y restauradas por ella misma. Una colcha de patchwork en tonos variados, daba el toque de color al austero dormitorio.
Un inmenso farol de hierro y cristal pendía de la viga principal que sostiene el tejado y los postigos de las ventanas hacían que la luz del exterior fuera suave.
El buen gusto estaba presente en toda la casa.
Laura después de entrar en la casa se quitó la chaqueta de lana y las botas de campo y se atusó el pelo con las manos mientras buscaba en un cajón de la mesita de centro un cigarrillo.
Se sentó en su sillón favorito fumando el pitillo y mirando por la ventana se ilusionó al ver todo lo que ha conseguido.
Había diseñado su particular jardín botánico, aprovechando la pronunciada pendiente del terreno donde se prodigan con generosidad, especies arbustivas y arbóreas muy resistentes para soportar las inclemencias climatológicas de la zona. En los desniveles Laura plantó con sus propias manos olivos, cipreses y diversos arbustos que protegían la tierra de la erosión.
Al norte de la casa puso ejemplares de árboles de gran interés botánico como la Sequoia Squoiadendro gigantun.
La casa al estar vinculada con las vistas al monte se siente libertad al ser este un hermoso espacio abierto.
Laura ahora se encuentra de pié junto a la puerta de la entrada y contempla su obra que le costó mucho esfuerzo y tesón.
Los cerezos Prumus Yedoensis ,manzanos Malus Evereste dan paso a la intensa floración de hortensias que perduran todo el verano.
El suelo lo invaden plantas de la lavanda que rasgan el paisaje con insultante descaro como si se tratara de la genial paleta de un pintor impresionista formando un perfumado y maravilloso huerto.
El cigarro se consume entre sus dedos mientras ella se va fundiendo en el bucólico paisaje.
Se sienta de nuevo en el sillón y decide leer hasta la hora de la cena quedándose profundamente dormida…
Una luz intensa y dorada vibraba entre el polvo con un raro espesor mientras caminaba por el desierto de Ur.
Unos hombres armados se encontraban cerca de ella y en su lengua original arameo hacían planes para desenterrar un tesoro bajo la arena del desierto.
Ur fue en su tiempo el centro principal del culto al dios lunar de la religión Sumeria y fue el punto de inicio de la emigración Palestina de la familia de Abraham.
Desde ese momento el desierto se hizo dueño de todo el territorio.
La luna era llena y alumbraba todo como si fuera de día.
Laura tenía que salir de allí y esos hombres armados no eran de fiar pero el único sitio donde había agua era donde se encontraba. Un dátil se desprendió de una palmera reseca dándole de lleno en la cabeza. Después del susto se escondió tras unos altos juncos y esperó que llegara la noche para poder seguir su ruta.
Caminó sin rumbo y sin apenas orientación. Los hombres parecían seguirla.
De repente ante ella apareció un foso, era demasiado hondo y ancho para pasarlo. Lo pensó durante unos segundos de vacilación y se quedó en la orilla sin saber que hacer.
Pronto estarían esos hombres a su lado. El temor le invadió y no sabía que querían de ella. Cuando miró al suelo se vio rodeada de una sustancia espesa y bituminosa que parecía querer engullirla, si se atrevía a pasarla.
No podía moverse. Un paso en falso la había hecho caer en una brea de color acre y penetrante olor. Cuando se dio cuenta esa sustancia gelatinosa la rodeaba por completo un camello solitario se acerca a ella y como un ángel de los cielos la ayuda a salir.
Cuando salió de la laberíntica trampa se dio cuenta que allí abajo había algo extraño y especial quizás era lo que buscaban esos hombres.
Siguió caminando una vez encaramada en el camello bajo el sol implacable del desierto y mirando al infinito todo era arena. Pero siguió adelante hasta que se hizo de noche y la deslumbraban las estrellas reflejadas en un agua oscura que parpadeaba como mecidas por el croar de las ranas.
Se refrescó en las turbias aguas mientras una serpiente del desierto se asomaba a beber ignorándola.
El camino era fatigoso y la meta que se había trazado no parecía llegar a su fin, una mariposa de color oscuro aletea sin cesar al lado de una pequeña laguna.
Y pensó el desierto tiene muchas sorpresas.
Se acercó a un montículo y una chimenea cilíndrica parecía asomar tímidamente entre la arena, la miró sorprendida y se apeó del camello, acercándose con curiosidad para echar un vistazo. Sin saber como fue cayendo lentamente como en un tobogán por aquel cilindro hasta llegar al final de la caída libre encontrándose en tierra firme.
Vio con sorpresa y regocijo que después del descenso se encontraba en una gran sala donde las paredes aparecían adornadas de pinturas al fresco con alegorías al rey Nabudoconosor II, el que inició un glorioso periodo de actividad constructora en Ur embelleciendo templos y palacios, llegando a ser su reinado de gran esplendor.
Después de la mitad del siglo VI A. C. Babilonia fue controlada por Persia y entonces Ur empezó una fase de decadencia hasta llegar a ser una ciudad olvidada por la mala gestión de los gobernantes, o quizás fue como resultado del cambio del curso del río Éufrates.
Laura comenzó a llorar de emoción por lo que estaba viviendo. Siguió recordando la historia y cuando iba a sacar un cuaderno de apuntes de su mochila oyó unos pasos acompañados de una vibración.
Se escondió tras una columna y vio a dos hombres patrullando por el salón vestidos con monos de color butano intenso y la cabeza protegida por una escafandra transparente. Sus ojos parecían dos ascuas incandescentes, eran los dos hombres que vio en el desierto.
Laura siguió en su escondite hasta que una serpiente verdosa se encaró en ella con mirada inquisitiva. Un golpe seco retumbo como una bomba e hizo que el animal volviera la cabeza y al instante desapareció de su vista.
Allí había pasado algo que no alcanzaba a entender. Sin lugar a dudas, Laura pensó te que debía buscar una salida.
Un intenso polvo hace que la visibilidad sea nula, los escombros que alfombran el suelo le dicen que una columna se había derrumbado.
Cuando sus piernas dejaron de temblarle se levantó y salió de su escondrijo siguiendo un rastro de olor húmedo. Ante sus ojos apareció un hermoso jardín donde las plantas parecían tener sus raíces en el cielo.
Después de admirar semejante belleza se arrodilló con devoción y cogiendo un esqueje de una de ellas la guardó en su mochila con sumo cuidado. Estaba deslumbrada y todo parecía sacado de una historia de fantasía.
Salió del jardín y el fondo era un valle apenas visible. Se escondía tras una hendidura muy estrecha por donde entró Laura a duras penas. Después de pasar por el agujero, oyó un ruido estremecedor. Una cascada de agua caía desde lo alto de una montaña, haciendo en su caída libre una nube de blanco algodón.
Después de caminar dos jornadas y al doblar un recodo apareció una enorme roca. Su aspecto era imponente toda ella, sin duda pensó era obra de la naturaleza caprichosa.
Mientras el suelo se cubría de plantas espinosas haciendo dificultoso el caminar, minutos después siguió caminando por la ardiente arena encontrando lo que buscaba, un Zigurat en la ciudad de Babilonia, era majestuoso, aún cubierto de arena Después de admirar el edificio se arrodilló y cogió un puñado de la tierra arcillosa, la guardo junto al esqueje que recogió en el jardín.
Cuando tuvo la tierra y el esqueje juntos en su cara apareció una hermosa sonrisa.
Al encontrar el camino de regreso vio una deslumbrante Mezquita. La historia que hablaba de ella siempre la fascinó y decían que todo el que entraba en ella se veía embargado por una intensa emoción. Rompió a llorar.
La Mezquita estaba hecha de unas proporciones que los arquitectos que la construyeron la dotaron para contener los secretos del alma humana. A veces esas emociones se sienten al oír una melodía que invade la Mezquita…
Un susurro la hizo despertar. Sobre su regazo un esqueje de una planta extraña y al lado de la planta una pequeña proporción de tierra de color gris azulada.
Se levantó con indolencia intentando descifrar este misterio y una voz clara y angelical le dijo que la sembrara en medio de la flor de lavanda.
Así lo hizo.
La mañana siguiente era una mañana clara y transparente. Laura miró hasta donde se podía alcanzar con la vista el horizonte y un árbol frondoso con hojas de color gris azulado sobresalía del campo de la lavanda.
Laura miró su jardín y echó a andar por entre las lavandas hasta llegar al extraño árbol y escondiendo el rostro entre sus manos, sintió esa intensa emoción que vivió en la Mezquita.
Mientras, la lluvia caía suave sobre el jardín.
Su casa era la más bonita del pueblo aunque estuviera a las afueras y se encontraba situada en lo alto de una suave colina. La miró desde abajo y suspiró.
Siempre conseguía lo que quería. Había estudiado botánica y se había construido la casa soñada en un terreno heredado de su abuelo.
La casa era de madera y forma rectangular, pequeña, con un tejado rojizo de teja árabe a dos aguas y rodeada de un porche protegido por una barandilla de madera.
Laura dejó la bicicleta al lado de un murete de piedra donde descansaba una hilera de macetas.
Abrió la puerta de su casa y el olor de la madera la saludó como siempre.
La madera estaba presente en toda ella y le daba calidez haciéndola a la vez más acogedora.
El salón era rectangular y daba cabida a una pequeña cocina donde múltiples cacharros colgaban del techo. A la izquierda estaba la chimenea, unos sillones y un mullido sofá de flores estridentes se organizaban a su alrededor. Una mesa redonda próxima a la cocina servía de comedor y disponía de cómodas butacas de mimbre primorosamente trabajadas por un artesano del pueblo.
Unas escaleras daban al piso superior donde estaba la alcoba de Laura tras una balconada abierta al salón. La cama estaba acompañada por dos mesillas desiguales heredadas de su familia y restauradas por ella misma. Una colcha de patchwork en tonos variados, daba el toque de color al austero dormitorio.
Un inmenso farol de hierro y cristal pendía de la viga principal que sostiene el tejado y los postigos de las ventanas hacían que la luz del exterior fuera suave.
El buen gusto estaba presente en toda la casa.
Laura después de entrar en la casa se quitó la chaqueta de lana y las botas de campo y se atusó el pelo con las manos mientras buscaba en un cajón de la mesita de centro un cigarrillo.
Se sentó en su sillón favorito fumando el pitillo y mirando por la ventana se ilusionó al ver todo lo que ha conseguido.
Había diseñado su particular jardín botánico, aprovechando la pronunciada pendiente del terreno donde se prodigan con generosidad, especies arbustivas y arbóreas muy resistentes para soportar las inclemencias climatológicas de la zona. En los desniveles Laura plantó con sus propias manos olivos, cipreses y diversos arbustos que protegían la tierra de la erosión.
Al norte de la casa puso ejemplares de árboles de gran interés botánico como la Sequoia Squoiadendro gigantun.
La casa al estar vinculada con las vistas al monte se siente libertad al ser este un hermoso espacio abierto.
Laura ahora se encuentra de pié junto a la puerta de la entrada y contempla su obra que le costó mucho esfuerzo y tesón.
Los cerezos Prumus Yedoensis ,manzanos Malus Evereste dan paso a la intensa floración de hortensias que perduran todo el verano.
El suelo lo invaden plantas de la lavanda que rasgan el paisaje con insultante descaro como si se tratara de la genial paleta de un pintor impresionista formando un perfumado y maravilloso huerto.
El cigarro se consume entre sus dedos mientras ella se va fundiendo en el bucólico paisaje.
Se sienta de nuevo en el sillón y decide leer hasta la hora de la cena quedándose profundamente dormida…
Una luz intensa y dorada vibraba entre el polvo con un raro espesor mientras caminaba por el desierto de Ur.
Unos hombres armados se encontraban cerca de ella y en su lengua original arameo hacían planes para desenterrar un tesoro bajo la arena del desierto.
Ur fue en su tiempo el centro principal del culto al dios lunar de la religión Sumeria y fue el punto de inicio de la emigración Palestina de la familia de Abraham.
Desde ese momento el desierto se hizo dueño de todo el territorio.
La luna era llena y alumbraba todo como si fuera de día.
Laura tenía que salir de allí y esos hombres armados no eran de fiar pero el único sitio donde había agua era donde se encontraba. Un dátil se desprendió de una palmera reseca dándole de lleno en la cabeza. Después del susto se escondió tras unos altos juncos y esperó que llegara la noche para poder seguir su ruta.
Caminó sin rumbo y sin apenas orientación. Los hombres parecían seguirla.
De repente ante ella apareció un foso, era demasiado hondo y ancho para pasarlo. Lo pensó durante unos segundos de vacilación y se quedó en la orilla sin saber que hacer.
Pronto estarían esos hombres a su lado. El temor le invadió y no sabía que querían de ella. Cuando miró al suelo se vio rodeada de una sustancia espesa y bituminosa que parecía querer engullirla, si se atrevía a pasarla.
No podía moverse. Un paso en falso la había hecho caer en una brea de color acre y penetrante olor. Cuando se dio cuenta esa sustancia gelatinosa la rodeaba por completo un camello solitario se acerca a ella y como un ángel de los cielos la ayuda a salir.
Cuando salió de la laberíntica trampa se dio cuenta que allí abajo había algo extraño y especial quizás era lo que buscaban esos hombres.
Siguió caminando una vez encaramada en el camello bajo el sol implacable del desierto y mirando al infinito todo era arena. Pero siguió adelante hasta que se hizo de noche y la deslumbraban las estrellas reflejadas en un agua oscura que parpadeaba como mecidas por el croar de las ranas.
Se refrescó en las turbias aguas mientras una serpiente del desierto se asomaba a beber ignorándola.
El camino era fatigoso y la meta que se había trazado no parecía llegar a su fin, una mariposa de color oscuro aletea sin cesar al lado de una pequeña laguna.
Y pensó el desierto tiene muchas sorpresas.
Se acercó a un montículo y una chimenea cilíndrica parecía asomar tímidamente entre la arena, la miró sorprendida y se apeó del camello, acercándose con curiosidad para echar un vistazo. Sin saber como fue cayendo lentamente como en un tobogán por aquel cilindro hasta llegar al final de la caída libre encontrándose en tierra firme.
Vio con sorpresa y regocijo que después del descenso se encontraba en una gran sala donde las paredes aparecían adornadas de pinturas al fresco con alegorías al rey Nabudoconosor II, el que inició un glorioso periodo de actividad constructora en Ur embelleciendo templos y palacios, llegando a ser su reinado de gran esplendor.
Después de la mitad del siglo VI A. C. Babilonia fue controlada por Persia y entonces Ur empezó una fase de decadencia hasta llegar a ser una ciudad olvidada por la mala gestión de los gobernantes, o quizás fue como resultado del cambio del curso del río Éufrates.
Laura comenzó a llorar de emoción por lo que estaba viviendo. Siguió recordando la historia y cuando iba a sacar un cuaderno de apuntes de su mochila oyó unos pasos acompañados de una vibración.
Se escondió tras una columna y vio a dos hombres patrullando por el salón vestidos con monos de color butano intenso y la cabeza protegida por una escafandra transparente. Sus ojos parecían dos ascuas incandescentes, eran los dos hombres que vio en el desierto.
Laura siguió en su escondite hasta que una serpiente verdosa se encaró en ella con mirada inquisitiva. Un golpe seco retumbo como una bomba e hizo que el animal volviera la cabeza y al instante desapareció de su vista.
Allí había pasado algo que no alcanzaba a entender. Sin lugar a dudas, Laura pensó te que debía buscar una salida.
Un intenso polvo hace que la visibilidad sea nula, los escombros que alfombran el suelo le dicen que una columna se había derrumbado.
Cuando sus piernas dejaron de temblarle se levantó y salió de su escondrijo siguiendo un rastro de olor húmedo. Ante sus ojos apareció un hermoso jardín donde las plantas parecían tener sus raíces en el cielo.
Después de admirar semejante belleza se arrodilló con devoción y cogiendo un esqueje de una de ellas la guardó en su mochila con sumo cuidado. Estaba deslumbrada y todo parecía sacado de una historia de fantasía.
Salió del jardín y el fondo era un valle apenas visible. Se escondía tras una hendidura muy estrecha por donde entró Laura a duras penas. Después de pasar por el agujero, oyó un ruido estremecedor. Una cascada de agua caía desde lo alto de una montaña, haciendo en su caída libre una nube de blanco algodón.
Después de caminar dos jornadas y al doblar un recodo apareció una enorme roca. Su aspecto era imponente toda ella, sin duda pensó era obra de la naturaleza caprichosa.
Mientras el suelo se cubría de plantas espinosas haciendo dificultoso el caminar, minutos después siguió caminando por la ardiente arena encontrando lo que buscaba, un Zigurat en la ciudad de Babilonia, era majestuoso, aún cubierto de arena Después de admirar el edificio se arrodilló y cogió un puñado de la tierra arcillosa, la guardo junto al esqueje que recogió en el jardín.
Cuando tuvo la tierra y el esqueje juntos en su cara apareció una hermosa sonrisa.
Al encontrar el camino de regreso vio una deslumbrante Mezquita. La historia que hablaba de ella siempre la fascinó y decían que todo el que entraba en ella se veía embargado por una intensa emoción. Rompió a llorar.
La Mezquita estaba hecha de unas proporciones que los arquitectos que la construyeron la dotaron para contener los secretos del alma humana. A veces esas emociones se sienten al oír una melodía que invade la Mezquita…
Un susurro la hizo despertar. Sobre su regazo un esqueje de una planta extraña y al lado de la planta una pequeña proporción de tierra de color gris azulada.
Se levantó con indolencia intentando descifrar este misterio y una voz clara y angelical le dijo que la sembrara en medio de la flor de lavanda.
Así lo hizo.
La mañana siguiente era una mañana clara y transparente. Laura miró hasta donde se podía alcanzar con la vista el horizonte y un árbol frondoso con hojas de color gris azulado sobresalía del campo de la lavanda.
Laura miró su jardín y echó a andar por entre las lavandas hasta llegar al extraño árbol y escondiendo el rostro entre sus manos, sintió esa intensa emoción que vivió en la Mezquita.
Mientras, la lluvia caía suave sobre el jardín.
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