miércoles, 20 de octubre de 2010

YO, LA LEY


Flotaba en el ambiente de la habitación, un agradable olor a glicerina de la planta que trepaba por la fachada de la casa.
Claudia  se sentía feliz, había hecho un examen brillante, y esperaba las notas como agua de mayo. Pronto sería juez.
Una semana después, asomada a la ventana de su apartamento, la brisa de la noche hacía bailar un mechón de su cabello.
Las mesas de la cafetería de enfrente estaban apiladas una sobre otras igual que las sillas, las luces del rótulo, apagadas. Un hombre maduro paseaba su perro, un pastor alemán que avanzaba en zig zag, tirando de su correa para olisquear primero una esquina ennegrecida y apestosa, y luego, el pié de una farola desconchada con la luz a medio gas.
El hombre se adentró en el parque que estaba sumido en la luz mercurial que desprendía la luna.
Claudia en un impulso, cerró la ventana, se puso  la gabardina apresuradamente,  y salió tras el hombre del perro.
Atajó por el bosque que rodeaba el jardín, sin miedo a perderse, sintiendo como si cada senda, cada árbol que cruzaba, le fueran familiares. Siguió por el sendero hasta llegar a una cabaña casi enterrada por la maleza.
Empujó la puerta y entró presa de incertidumbre.
¿Qué haces aquí? Dijo el hombre  con destemplanza y al mismo tiempo sorprendido.
Claudia avanzó hacia él con pasos inseguros, le pareció que anduvo un túnel sin fin, por el que  pareció que las horas eran interminables hasta llegar a ver la luz del sol.
Con un balbuceo casi imperceptible, Claudia pronunció su nombre que hacía tiempo no se atrevía a pronunciar sin que el pensamiento le acometiera remordimientos punzantes, un asco de sí misma, un tormento de tener que despreciarse por lo que hizo.
Es fascinante como puede el miedo inhibir el espíritu.
Fermín con aspecto cansado, la invitó a tomar asiento en un tosco taburete de corcho. Claudia dudó, no sabe cual va a ser la reacción de aquel hombre después de haber pasado tres años de su vida en la cárcel, por un error suyo.
Sentada pensó con la cabeza un poco aturdida que nada de lo que le está pasando esta noche pertenecía al universo de lo posible.
De repente, se fijó en sus ojos. Estaban muy brillantes y entornados como astillas de ágatas pulidas.
La estancia en la que se encontraba era tan reducida que se le antojó como una cueva en que las almas perdidas únicamente obtienen el silencio tétrico y apagado de la agonía.
Tras ella se hizo notar un susurro débil, un muñeco se balanceaba colgado de lo alto del techo, era ella…tenía la toga manchada.
El lápiz de labios de su boca parecía como un cerco de sangre seca.
La luz del amanecer empezó a filtrarse entre el ramaje del parque, creando enigmáticas figuras inquietantes.
Un timbre insistente y repetitivo, hizo que le temblaran las entrañas.
Se despertó con la sensación de haber tenido una pesadilla confusa en el recuerdo.
Abrió la ventana y todo estaba  igual en la acera de enfrente. Cada cosa en su sitio, las mesas, las sillas…la cafetería, y al mirar hacia el cielo descubrió, un limpio firmamento nocturno tachonado de rezagadas estrellas como jamás había imaginado.
En su armario, colgado como símbolo de la justicia y la verdad estaba su toga. La que se pondría desde ahora, para hacer que  la verdad prevaleciera sobre el poder.
Una acción del ser humano puede literalmente transformar el mundo.
Aquella mañana en la que por primera vez ejercía impartiendo justicia, juró ante una cruz  que jamás temería el nombre de Fermín.
El color inundaba el espacio, un azul denso , resplandeciente, rutilante que hacía empequeñecer el cielo de la mañana y lo relegaba a los rincones.

Publicado en www.techocolatecafe.wordpress.com

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